«En la noche del 18 al 19 de marzo, el Estado, el ejército y la policía, todo lo que influye en las vidas humanas desde fuera y desde arriba, todo se disolvió, se disipó, se evaporó. El Estado, monstruo frío donde los haya, cayó hecho pedazos y lo remataron trasladando a Versalles sus vestigios, despachos y burocracia […] Esa mañana, todo es posible: otra vida, una vida distinta, la libertad. París se despierta libre, la primera ciudad libre desde que existen las ciudades. Va a probar una vida nueva: la vida nueva en la que los hombres y las mujeres tomarán las riendas de su destino».
A pesar de su inconclusión, de sus fracasos militares y de sus contradicciones ideológicas, la Comuna sigue siendo para Henri Lefebvre un momento único de «revolución total», y su legado es inmenso: transformación de la vida cotidiana, crítica radical del Estado y «tentativa suprema de la ciudad de erigirse en medida y norma de la realidad humana», es también «la mayor fiesta del siglo y de los tiempos modernos». Fiesta popular y urbana que trastocó el tiempo, el espacio y las relaciones sociales, fue la forma espontánea del levantamiento de las masas parisinas lo que dio su «estilo» a la Comuna.
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