Los mitos nos dan pistas para construir, a partir de un paganismo originario, nuestra propia identidad política. En Euskal Herria abundan las imágenes y alegorías mitológicas y sus interpretaciones y reapropiaciones son una constante en nuestra historia. Por su poder y trascendencia, Mari ha sido y es la figura mítica vasca por excelencia. Una de las interpretaciones más profundas sobre ella es la que llevaron a cabo en 1999 Jakue Pascual y Alberto Peñalba en su controvertido, enigmático y ya clásico El juguete de Mari. Cuentan que Oteiza, con él en la mano, exclamó: “¡qué sexual!”. Tras el bautismo de este provocador juguete, vinieron otras críticas que lo llegaron a declarar como herético. Hoy, más que entonces, este artefacto político nos aporta un nivel de reflexión estética que no abunda en los debates y sigue siendo especialmente necesario para entendernos y repensarnos como vascos y vascas y para profundizar en ello. Tras dos décadas, sus autores lo han completado magistralmente con un original y novedoso tratado sobre el símbolo vasco por excelencia, el lauburu, convirtiendo a El juguete de Mari en un legado para las futuras repúblicas vascas. Seguramente Oteiza volvería a gritar lo mismo si lo tuviese entre sus manos.
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